(Imagen de "kainet")
Hoy, a la hora de publicación de este artículo, estaré seguramente recogiendo mi dorsal para enfrentarme definitivamente a la Media Maratón de Granada. Echo de menos mi progresión en esta prueba, la cual he ido mejorando a lo largo de todas mis participaciones, sin excepción. Pero ha llegado la época de las vacas flacas y tenemos que asumirlo irremediablemente: se disputa en el mes de diciembre (siempre fue en octubre) y mis entrenamientos para esta prueba pueden considerarse una mera anécdota.
Me apetece participar, más que nada, por reencontrarme con mis compañeros/as de eventos deportivos y marcar así una nueva etapa en la que espero volver a la normalidad de mi afición atlética.
Como antes decía, mis entrenamientos son mera anécdota y voy a contaros un segundo par de ellas.
Hace varios veranos, un día por la tarde decidí salir a correr en Lacalahorra puesto que el cielo estaba cubierto y la temperatura era ideal. Partí en dirección al Puerto de La Ragua. Allá por el kilómetro 7 de ascenso, de pronto, un fuerte estruendo sonó y me entró el pánico: me hallaba envuelto en el mismísimo epicentro de una tormenta. No caían gotas de agua sino jarrones. Inmediatamente me di la vuelta y en menos de 500 metros estaba completamente empapado. Nunca había corrido en descenso a tanta velocidad. Escuché el sonido del motor de un coche y, poco convencido, sin mirar hacia atrás puse en dedo en plan autoestopista.
¡Qué suerte! El conductor del vehículo detuvo su coche y me animó a montarme. Iba acompañado de una mujer. Charlando por el camino, le dije que había salido desde el pueblo y que me cogió por sorpresa la tormenta, pero que yo realmente vivía en Fiñana. Para mi sorpresa, mi ángel salvador me indicó que también vivía en dicha localidad. Pero, a partir de ahí, hubo un silencio sepulcral durante los dos últimos kilómetros de trayecto. Le agradecí el detalle y me despedí, no sin antes fijarme en la matrícula para invitarlo a una cerveza en la primera ocasión que me fuese factible.
Días más tarde pregunté a gente de Fiñana por el dueño de la matrícula del coche. Di detalles sobre el asunto y me dijeron… ¿Dices que era rubia la acompañante? Pues, ¡era su amante!
¡Con razón hubo silencio tras declarar que vivía en Fiñana!
Y ahí va otra:
Hace unos meses, entrenando por la Rambla de Fiñana, adelanté a unas mujeres que iban andando. Una de ellas, en tono bromista me gritó:
- ¡Qué susto! ¡Creí que nos ibas a robar el bolso!
¿Cuál fue mi respuesta?
- ¡Sí, claro! ¡Lo que me faltaba! No puedo casi tirar de mi cuerpo… ¡Voy a ir cargando con un bolso!